miércoles, 21 de diciembre de 2016

¿Podemos vivir sin juzgar?






Muchas personas en círculos espirituales piensan que juzgar es una actividad negativa de la mente que habría que evitar. Se suele argumentar que juzgar es un acto de prepotencia, porque en realidad, ¿quién es nadie para juzgar algo o a alguien?. Ahora bien, lo que yo me planteo es, ¿es posible no juzgar?.

La misma postura de defender que no hay que juzgar lleva implícita un juicio. Desde esta postura se emite el juicio de que es mejor no juzgar que hacerlo. Y es que no podemos evitarlo, en nuestra vida nos enfrentamos continuamente a elecciones. Y la forma en que elegimos es juzgando, sean estos juicios conscientes o más viscerales e inconscientes.

Puesto que no podemos evitar juzgar, ¿que podríamos hacer al respecto?. No me parece una opción adecuada negar que lo hacemos, con eso lo único que conseguimos es que nuestros juicios pasen a ser encubiertos. Y entonces enjuiciaremos severamente mientras nuestro discurso es el de que no hay que juzgar. No he visto personas que juzgaran más severamente a los demás que algunas que he conocido cuyo discurso era que ellas jamás juzgaban. Lo hacían severamente, pero no podían reconocerlo, porque se hubieran contradicho.

En mi opinión juzgar es una actividad natural y deseable de la mente. Así que no se trataría de jugar a que no lo hacemos, sino de reconocerlo y hacerlo abiertamente y con sabiduría. Por ejemplo, una cosa es juzgar las acciones de una persona y otra juzgar a esa persona por sus acciones. Las acciones podemos juzgarlas, pero 
siempre carecemos del suficiente conocimiento, sobre todo desde dentro, para juzgar a esa persona. Y así podemos aplicar el discernimiento a todos nuestros juicios revisándolos, pero para ello tenemos que reconocer en primer lugar que los estamos haciendo.

Podemos reconocer esa parte de nosotros que no hace elecciones, que está más allá de los juicios, ese Testigo que lo contempla todo por igual, sin perseguir o huir de nada. Pero luego, en la vida cotidiana, tendremos que abrazar e integrar esa otra parte que juzga y elige. Morando en la Conciencia sin elección, reconoceremos, honraremos y realizaremos nuestros juicios con mayor sabiduría, desde una perspectiva que sea siempre lo más amplia posible.

sábado, 10 de diciembre de 2016

¿Amor incondicional o narcisismo despiadado?



Pienso que el amor incondicional existe. Y que puede ser experimentado en ciertos estados de conciencia como una aceptación plena y radical de lo que es, de nosotros mismos, o de lo que sea que esté presente. Supongo que con la práctica esa experiencia puede convertirse en algo permanente en el trasfondo de nuestras vivencias, como un océano de conciencia y amor incondicional del cual surgen las olas de nuestros afectos y relaciones personales.

La relación que creo que hay entre ese amor incondicional y el amor personal ya la expliqué en esta otra entrada de blog. Ambos coexistirían y serían distintos, como una ola es distinta del océano en el cual se origina.

El problema surge cuando tenemos dificultades con los afectos y amores más personales y usamos el concepto del amor incondicional para tapar esos problemas que tenemos al comprometernos en relaciones más personales. Nos podemos convertir entonces en personas frías y robóticas, y justificar nuestra incapacidad de involucrarnos en relaciones normales con la idea de que los amamos incondicionalmente. De este modo podremos disculpar todas nuestras torpezas con los demás, porque desde nuestro pedestal incondicional comprenderemos que como les tratemos no influye realmente en como se sienten, ya que lo que uno siente no es más que una elección que realiza. De esta manera nos libraremos de toda responsabilidad sobre lo que hagamos en nuestras relaciones, pues no tendremos la culpa de lo que los otros elijan sentir. Quizás los demás se conviertan en meros instrumentos para nuestro aprendizaje, personas que llegan a nuestra vida, nos enseñan algo y podemos soltar sin remordimientos, porque desde nuestro impersonal punto de vista ya no les necesitamos. Lo único que importará será lo que nosotros queremos y nos hace sentir bien, y los demás serán vistos como meros instrumentos para ello.

Y así, el concepto de amor incondicional puede acabar produciendo algo totalmente opuesto, el narcisismo despiadado, que ejerceremos desde nuestra atalaya impersonal, disociando toda empatía o todo afecto personal, ocultando con nuestro discurso espiritual nuestras dificultades personales. 

Las cosas no necesariamente tendrían que ser así, uno podría ir accediendo realmente a ese amor incondicional a través de la práctica espiritual meditativa, y a la vez dejar de usar el concepto sobre ese tipo de amor para evitar trabajarse las dificultades en las relaciones personales. Y entonces, al ir mejorando ese aspecto también, quizás nuestros amores y afectos personales lleguen  ser olas dignas de ese oceano ilimitado e incondidionado.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Vivir, morir... renacer






Quiero dar las gracias a Fran Antón Llopis por inspirarme para hacer esta entrada de blog con sus preguntas y reflexiones. 

En nuestra vida todos tenemos que decir adios a determinadas situaciones, personas, etc. y hacerlo mientras sabemos que estamos poniendo punto final a algo que no volverá a ocurrir jamás. Si ese algo (situación, relación, etc.) era muy importante en nuestras vidas y estábamos muy apegados, el proceso puede ser muy difícil, y llevar su tiempo. Podemos observar en nuestras vidas como una pérdida o una despedida va a causar un dolor directamente proporcional a lo importante que fuera en nuestras vidas eso que perdemos o de lo que nos despedimos, al apego que le tengamos. La situación puede ir desde la ausencia de duelo hasta un duelo largo, profundo y doloroso.

Y los duelos, aunque son procesos caóticos y de duración e intensidad variables, suelen tener una serie de pasos que tenemos que vivir durante el tiempo que cada uno de ellos requiera y que no nos podemos saltar. También es posible quedarse atascado en alguno de los pasos y estar en él más tiempo del requerido.


Se suele decir que un duelo tiene 5 etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.




  • Negación

Esta etapa se caracteriza por negarnos a admitir la pérdida que acabamos de sufrir. Esta negación puede ser consciente o inconsciente. Nos parece increíble que esa pérdida nos haya sucedido a nosotros, nos resistimos a verlo. Nos anestesiamos para no sentir las intensas y negativas emociones que podríamos sentir. Si tuviéramos que darle una función a esta fase podríamos decir que es la de ofrecernos un poco de tiempo entre la pérdida y las terribles emociones que se avecinan.


  • Ira
Poco a poco dejamos de poder ignorar la pérdida que hemos sufrido y vamos teniendo que asumirla. Es entonces cuando toma protagonismo la ira, pasando a primer plano. Sentimos ira hacia Dios, la vida, lo que hemos perdido, la persona que nos ha dejado. No nos podemos creer que nos haya sucedido a nosotros, que nos hayan hecho eso no nos lo merecemos. Es importante en esta fase ser capaz de expresar esa ira o enfado, ya sea escribiendo, hablando con conocidos o con un terapeuta, etc. Ser capaz de vivir y expresar esa ira es parte del proceso para superarla y no quedarnos atascados en este paso.
  • Negociación
Esta fase es nuestro último intento por hacer desaparecer la pérdida que hemos sufrido y no aceptar la realidad. Quizás recemos a Dios, hagamos rituales mágicos o cualquier otra cosa con la fantasía de revertir dicha pérdida. Puede que tengamos incluso la fantasía de hacer volver el tiempo atrás y no hacer las cosas que hicimos que creemos que nos llevaron a esa dolorosa situación. Ésta es una fase agotadora, porque tratamos de vivir en nuestra fantasía dándole la espalda a la realidad.

  • Depresión
Inevitablemente al final nos daremos de bruces con esa realidad que pretendíamos evitar, con esa pérdida que hemos sufrido. Entramos entonces en una etapa de tristeza que mientras la vivimos tenemos la sensación de que durará por siempre. Ya hemos asumido la pérdida y nos preguntamos como va a ser nuestra vida sin eso que ya no está ni estará. Puede que cada día nos cueste levantarnos para afrontar nuestro día con esa ausencia en nuestra vida. Nos parecerá que esta etapa no tendrá final, pero si nos permitimos vivirla, también pasará.

  • Aceptación
Llegamos, finalmente, a aceptar que esa persona o situación ya no estará más en nuestra vida y rehacemos ya nuestra vida sin ella. Puede que lo que hemos perdido deje un espacio irreemplazable que siempre recordaremos con cariño, haciendo ya las paces con esa ausencia. O podría ser que más tarde nos acabemos alegrando, por ese espacio que puede ser ocupado por algo nuevo y mejor.

Estos procesos de duelo los podemos experimentar con gran variedad de intensidad y duración en nuestras vidas, según la importancia que tengan para nosotros la situación o la persona que hayamos perdido. Y es importante permitirse vivir estos duelos el tiempo suficiente cuando se den, incluso cuando la gente alrededor nos presionen para salir del duelo lo antes posible. Es un proceso que requiere su tiempo.

Y en esta vida de continuo encontrarse y separarse, puede que vayamos cayendo en la cuenta de cuál es el trasfondo de todo: eso que nunca podemos encontrarnos por no haber estado jamás ausente y de lo que no podemos separarnos porque no hay momento o lugar en que no esté. Podríamos reconocer entonces ese espacio, esa Gran Mente, en la que se dan todos los encuentros y las separaciones, y, desde ahí, vivir esas situaciones con un intensidad inusitada, no como cuando los vivimos desde nuestro pequeño yo, que necesita defenderse de tal exaltación.