viernes, 12 de mayo de 2023

La Meditación: el reconocimiento de lo que jamás podemos perder

 




Todo lo que experimentamos en nuestra vida, todas nuestras experiencias, se caracterizan porque surgen en el tiempo: tienen un comienzo, duran un tiempo y terminan. De hecho, una de las fases más duras que se describen en el entrenamiento de la meditación vipassana es la percepción de la disolución, en la que se percibe el final de todos los fenómenos, como terminan o se disuelven. Suele ser una fase muy dura porque, cuando el meditador se da cuenta de lo que esa experiencia de la disolución de todos los fenómenos significa, tiene que asumir y comprender profundamente que todo aquello a lo que se aferraba para ser feliz está destinado a defraudarle, pues va a desaparecer. Significa comprender profundamente que no hay nada solido y duradero a lo que podamos aferrarnos para ser felices, todo terminará, toda experiencia tiene un comienzo y un fin. Una cosa es entender esto intelectualmente y otra cosa es la desolación que se puede sentir al vivirlo directamente en esta fase avanzada de la meditación vipassana. Para ir más allá de esta fase se desarrolla el deseo de liberación: ya que nada puede proporcionarme un felicidad profunda, estable y duradera, porque todo está condenado a desaparecer, solo se puede encontrar la felicidad en la liberación de todo ello, en la experiencia del Nirvana, la cesación de todos los fenómenos transitorios, la "experiencia" de quiénes somos más allá de todo ello. Se le atribuye al Buda histórico esta cita:


"Hay, monjes, algo no nacido, no originado, no creado, no constituido. Si no hubiese, monjes, ese algo no nacido, no originado, no creado, no constituido, no cabría librarse de todo lo nacido, originado, creado y constituido. Pero puesto que hay algo no nacido, no originado, no constituido, cabe liberarse de todo lo nacido, creado y constituido."

Por una parte tendríamos todos los 
fenómenos y experiencias - originados, creados y constituidos- y por otra parte tendríamos el espacio en el que todos esos fenómenos y experiencias surgen - no creado, no originado, no constituido-. Ese espacio podemos reconocerlo ahora como nuestra Conciencia Testigo. Ahora mismo nuestra Conciencia es el espacio en el que surge lo que sea que estemos experimentando, sean percepciones, sensaciones, pensamientos, etc., puede ver el surgir y el desaparecer de todas esas experiencias, pero en sí misma ni surge ni desaparece, es omnipresente, estemos reconociéndola o no, pero todo surge siempre ya en ese espacio. Cuando esa Conciencia se absorbe en sí misma, Conciencia pura sin objeto, sin experiencia, tenemos el Nirvana, estado que generalmente requiere mucha práctica meditativa. Sin embargo, podemos empezar por reconocer nuestra Conciencia Testigo ahora mismo, eso es mucho más fácil.La Meditación busca reconocernos como esa Conciencia en la que todo surge y que dejemos de cometer el error de identificarnos con algunas de las cosas que surgen en ella, como este cuerpo, esta mente y este yo mental, que ni si quiera son sujetos reales, pues pueden ser vistos como objetos desde la conciencia. Desde ahí no son "yo" si no "mi" o "mío". No es lo que yo soy, pero son parte de mi. Se dice que esa errónea identificación con lo que no somos es la que causa el sufrimiento (no el sufrimiento neurótico, sino el inherente a la contracción de sentirse un yo separado) y la meditación sería la forma de revertir esa ilusión y tomar consciencia de quienes somos realmente, con toda la plenitud y libertad que acompaña ese despertar.

A veces a la Conciencia Testigo se le llama "Yo Real", porque es un sujeto real que no puede convertirse en un objeto, no puedes verla, solo puedes descansar como ella. 


Esa Conciencia Testigo no es ninguna experiencia en sí misma, si no que es el espacio en que surgen todas las experiencias, la Conciencia en la que surgen todas ellas. Dentro de ese espacio transcurre todo lo que es temporal, pero esa conciencia en sí no es tocada por el tiempo, no comienza, no termina, es omnipresente. No podemos conseguirla o traerla a la existencia, solo podemos reconocer que ya está presente. Y como no entra en la corriente del tiempo, estamos reconociendo algo que no termina en el tiempo, que no podemos perder. de ahí el titulo de esta entrada de mi blog: "el reconocimiento de lo que jamás podemos perder". Reconocemos algo omnipresente, algo no sujeto al tiempo y a la transitoriedad. Y descubrimos que somos eso.

Esa es la diferencia de la Meditación frente a cualquier otra búsqueda de satisfacción en las experiencias: lo que consigamos con las experiencias irremediablemente nos va a defraudar, solo eso que no es una experiencia, y que no podemos conseguir ni perder puede reportar una satisfacción, una libertad y una plenitud profundas. Y desde ahí podemos disfrutar (o sufrir) las experiencias sin esperar que nos den eso que no pueden darnos, eso que solo nos lo puede reportar el reconocimiento de lo que somos.

Por supuesto, hay experiencias meditativas en los niveles sutiles y causales, de las que hablaremos en futuras entradas del blog, pero no son la realización última*. Aunque pueden ser mucho más reales y más plenas que nuestras experiencias en el estado de vigilia, siguen siendo experiencias transitorias, y, aunque deben ser integradas como parte de nuestro ser, no tienen el mismo valor que el de reconocernos como eso que no es una experiencia, y que es el espacio en el que surgen todas la experiencias, las del estado de vigilia y las de los estados sutiles y casuales.

Y eso jamás lo podemos perder. Solo tienes que reconocer que todas tus experiencias ya están surgiendo en ese espacio de tu conciencia, dejar de identificarte con lo que está surgiendo en ti como ese espacio e identificarte como esa Conciencia. Ese es el viaje que nos propone la meditación y que iremos desgranando en futuras entradas de blog.

*Técnicamente, la identificación constante con la Conciencia Testigo no es la realización última que puede alcanzarse con la Meditación, más allá está el reconocimiento no dual, el reconocimiento de que la Conciencia Testigo y lo atestiguado son no dos, reconocernos como uno con todo lo que surja sin que haya un sujeto aparte.




viernes, 20 de mayo de 2022

La Meditación: primeros pasos en el refugio interior.



En una entrada anterior explicábamos como mientras la psicología occidental y la psicoterapia sirven para tratar el sufrimiento neurótico, la meditación sirve para superar la infelicidad ordinaria o cotidiana, esa que no tiene que ver con una patología psicológica, sino con el hecho de vivir identificado con nuestro cuerpo/mente y el yo psicológico que lo acompaña. Por cierto, esa entrada estaba inspirada por este diálogo entre Terry Patten y el psicólogo de Harvard y maestro de las prácticas más elevadas o avanzadas del budismo tibetano Daniel P Brown, y ambos han fallecido recientemente. Les estaré eternamente agradecidos por sus contribuciones a la práctica integral (Terry) y a la enseñanza avanzada de la meditación (Daniel).


Uno empieza a meditar muy atrapado en las fluctuaciones mentales, dejándose llevar por los pensamientos, pero, si uno persiste en la práctica, puede ir logrando cierta elevación sobre dichas fluctuaciones mentales. No se trata de que los pensamientos cesen, aunque los espacios entre ellos de profundo silencio interior pueden agrandarse, lo que ocurre es que, haya pensamientos o no, vamos adquiriendo la capacidad de mantenernos en ese trasfondo más amplio de claridad que es nuestra conciencia. Se suele comparar a la conciencia con el cielo y a los pensamientos con las nubes: las nubes pasan, pero el cielo se mantiene inmutable en el trasfondo. De la misma forma los pensamientos vienen y van, pero nuestra conciencia permanece inmóvil contemplando todo ese movimiento. Esta capacidad de contemplar con ecuanimidad nuestras fluctuaciones mentales se va incrementando con la práctica de la meditación.

Dos de los síntomas de esa infelicidad de la que hablábamos al principio son la carencia y el miedo. La carencia tratamos de cubrirla persiguiendo todo tipo de deseos, gratificaciones sustitutorias que nunca acaban de funcionar, porque nada puede llegar a sustituir satisfactoriamente la plenitud de la conciencia. El miedo, aunque tiene su función protectora en el día a día, nos hace contraernos impidiendo que nos abramos plenamente a lo que quiera que se presente en nuestras vidas. Pues bien, ya en los primeros pasos de nuestra práctica meditativa podemos ir viendo como se alivian esos dos síntomas. Y es que cuando adquirimos la capacidad de ser conscientes de algo, de atestiguarlo, lo estamos trascendiendo desde una conciencia que está libre de eso que estamos atestiguando.

Cuando somos conscientes de esa carencia que mencionábamos, ya no estamos identificados con esa carencia, sino que la vemos como un objeto. Y vamos descubriendo que esa conciencia que es testigo de la carencia no la tiene en sí misma, sino que va acompañada de una gran sensación de plenitud, pues esa conciencia, al no tener limites y abarcarlo todo, no tiene nada fuera de sí misma que pueda desear. Nuestro cuerpo/mente seguirá teniendo sus necesidades y deseos, pero como conciencia vamos descubriendo una plenitud, con la sensación de que era lo que siempre habíamos estado buscando, aún sin saberlo, y por intuirla pero no saber dónde estaba, la buscábamos en la satisfacción de todo tipo de deseos.

Asimismo, nos vamos haciendo consciente de nuestros miedos y vamos descubriendo que como conciencia estamos libres de ellos. La razón, en última instancia, es que no hay nada ajeno a la conciencia que pueda amenazarla, pues ella lo abarca todo. Ser conscientes de nuestros miedos nos libera de ellos, nos 
sitúa en ese observador que está más allá del miedo. No obstante, a nivel relativo, el miedo seguirá teniendo su importancia para que nos protejamos ante posibles peligros. Trascenderlo no significa reprimirlo, sino poder integrarlo para que pueda realizar su función.

Es así como ya en los pasos iniciales de la experiencia meditativa vamos teniendo las primeras experiencias en que reconocemos una plenitud profunda, la que buscamos persiguiendo distintos deseos, pero que la satisfacción de ninguno de ellos nos podía reportar, porque eran meras gratificaciones sustitutorias para conseguir esa plenitud que intuíamos, pero que al no saber dónde estaba, la buscábamos por medios que nos impedían encontrarla. También vamos reconociendo una libertad desde más allá del miedo, una paz y una tranquilidad que superan con mucho las que podamos conseguir protegiéndonos y consiguiendo condiciones estables y seguras, lo cual seguirá siendo necesario, claro.

viernes, 21 de mayo de 2021

La Meditación: del deseo del ego al anhelo del alma.


"Al estado supremo no se va, usted es el estado supremo"
Nisargadatta Maharaj

La practica de la Meditación consiste, en su esencia, en sentarse en el reconocimiento de ese estado supremo que no podemos alcanzar porque ya lo somos, ya está totalmente presente, solo podemos reconocerlo. Cuando practicamos así, la mente, esa mente tan incansable e inquieta que tenemos, se va tranquilizando. En realidad son todo el cuerpo-mente y su sensación de identidad asociada- el ego- los que se tranquilizan. Desde esa tranquilidad y el silencio pueden empezar a emerger niveles mucho más amplios, pacíficos y plenos de conciencia. Y digo amplios porque se experimentan literalmente como una expansión más allá de nuestro ego asociado al cuerpo-mente.

Cuando estamos disfrutando de esos estados expansivos más allá de nuestro pequeño yo, son tan gozosos, que podemos desear intensificarlos o que no se acaben. Pero no funciona, cuando deseamos así, generalmente ese deseo hace que el estado expansivo se termine, volviendo a contraernos a nuestra sensación de identidad habitual con el pequeño yo o ego (pequeño, sobre todo en comparación con la conciencia que se expande hasta perder los limites). Y ello ocurre así porque ese mismo deseo surge de nuestro ego, en cierto sentido es nuestro ego, por ello cuando deseamos disfrutar del estado meditativo, lo perdemos y nos contraemos a nuestra identidad habitual.

Más allá de los deseos del ego está el anhelo del alma, que, desde capas de la psique más profundas que la mente, nos lleva a dejarnos ser y dejarnos hacer por la meditación, permitiendo que nuestro estado se expanda a niveles más sutiles, plenos y gozosos. Lo que busca el alma con su anhelo es esa plenitud, esa satisfacción plena, esa vuelta a nuestro hogar real que todos intuimos. Tenemos esa intuición pero no sabemos donde hallar eso que tanto anhelamos, y por eso lo buscamos a través del deseo persiguiendo cosas que acaban siendo meras gratificaciones sustitutorias y que nunca acaban de satisfacernos.

Esa es la relación entre el deseo y el anhelo, con el deseo nuestro pequeño yo busca esa plenitud y esa satisfacción plena que intuye, pero que nunca acaba de conseguir y que solo empieza a atisbarse cuando silenciamos nuestro cuerpo-mente, nuestro ego, y nos dejamos llevar a lo profundo por el anhelo del alma. Este anhelo, aunque sea mezclado con muchas otras motivaciones personales, es el que nos lleva a comprometernos con una practica espiritual contemplativa. Puede surgir espontáneamente o después de haber tenido una experiencia
 espiritual cumbre o meseta, que hace que nos pongamos a practicar para recobrar ese nivel de consciencia de forma más estable e integrada.

Además de la Meditación, viene bien algún tipo de practica para ejercitar el mantenerse en esa conciencia meditativa, en esa presencia consciente, en la acción de nuestras vidas cotidianas, y no meramente mientras nos sentamos a meditar. En mi caso esa práctica es el Yoga Dinámico, en el cual se fluye a través de movimientos y se adoptan determinadas posturas con exquisita sensibilidad al cuerpo y sus sensaciones. Uno siente las sensaciones del cuerpo desde esa presencia consciente meditativa, un adiestramiento ideal para luego mantener esa conciencia en los distintos momentos de nuestra vida cotidiana. Por supuesto, para eso se puede usar cualquier otra practica psicofísica de las distintas tradiciones espirituales: hatha yoga en general, taichi, etc.

Al final, como el estado supremo es omnipresente, no hay momento ni lugar en que no esté ya plenamente aquí y ahora, de lo que se trata es de ir cultivando ese reconocimiento para ir viviendo nuestras vidas, cada vez más constantemente, desde esa libertad (porque la conciencia no está atada a ninguno de sus objetos) y plenitud (porque la conciencia lo puede abarcar todo en un abrazo integral).


martes, 19 de mayo de 2020

El propósito de la Meditación






"Nosotros en Occidente estamos acostumbrados a tratar nuestra infelicidad cotidiana con la psicoterapia. Sin embargo, como señala Freud en El malestar en la cultura (Civilization and Its Discontents), el psicoanálisis exitoso meramente alivia el sufrimiento neurótico, pero no aborda la infelicidad cotidiana. El budismo continua donde lo deja la terapia exitosa, abordando la infelicidad cotidiana y como superarla."

Daniel P Brown. Pointing Out the Great Way: The Stages of Meditation in the Mahamudra Tradition.



Escuchando esta entrevista de Terry Patten al psicólogo de Harvard y maestro de las prácticas más elevadas o avanzadas del budismo tibetano Daniel P Brown, le oí decir algo que me inspiró para escribir esta entrada de blog. Contaba como la psicología occidental y la psicoterapia sirven para aliviar el sufrimiento neurótico, pero nos dejan con la infelicidad cotidiana u ordinaria, y es la meditación la que nos ayuda a superar esta última.


Por infelicidad ordinaria o cotidiana se refiere a lo que los budistas denominan duka, que es la insatisfacción que experimentamos por estar identificados con un yo separado, por creernos que eso es lo que somos. Esta insatisfacción se supera desmantelando esa ilusión, y descubriendo quienes somos realmente más allá de ese pequeño yo, descubriendo por experiencia que somos esa conciencia abierta y sin límites (Gran Mente) dentro de la cual surgen todos los objetos. Y desde esa conciencia descubriremos el error que cometíamos: ese yo con el que estábamos identificados ni siquiera es un sujeto real, no es más que otro objeto que surge dentro de esa amplitud que somos.


Esa identificación ilusoria con nuestro pequeño yo es la causa de una insatisfacción o infelicidad que va a estar ahí por mucha psicoterapia que hagamos, porque un yo sano sigue siendo un yo separado. Y, si somos la Gran Mente, esa conciencia plena y sin limites, jamás nos va a resultar satisfactorio estar identificados con un pequeño yo limitado, por muy bien que esté ese yo. Nunca nos vamos a encontrar satisfechos siendo menos que la Gran Mente. 

En el fondo intuimos esa plenitud y esa satisfacción profunda que somos, pero no sabemos donde está. Así, como explica Ken Wilber en El proyecto atman, vamos por la vida buscándolas donde no podemos hallarlas, persiguiendo gratificaciones sustitutorias que siempre acaban decepcionándonos, nunca nos traen esa satisfacción profunda y plena que esperamos. Solo cuando a través de la meditación descubrimos la plenitud profunda y sin límites que somos y dejamos de usar lo que deseamos como gratificaciones sustitutorias, no esperaremos que nada reporte esa satisfacción profunda, porque ya la tendremos nosotros, y entonces podremos disfrutar plenamente de lo que sea , sin cargar a las cosas con el peso insoportable de sustituir al Espíritu.

Y este descubrimiento e identificación con nuestra naturaleza real es algo que se va produciendo a través de toda una serie de fases, que podemos resumir, siguiendo a Ken Wilber, en sutil, causal, Testigo y no dual. Sobre cada uno de estos estadios de la práctica meditativa hablaremos en futuras entradas de blog. 


viernes, 27 de enero de 2017

Cómo integrar y sanar eso de lo que somos conscientes.







Gracias a Encar  y Jane por inspirarme con sus preguntas en Facebook para esta entrada de mi blog. 

Hacernos conscientes de creencias limitantes o aspectos neuróticos nuestros no suele ser suficiente para sanarlos, superarlos o integrar aquellos aspectos que estén disociados.


La cuestión es de que forma al hacernos conscientes de algo, comenzamos a integrarlo y sanarlo¿Es aconsejable, en alguna ocasión, no actuar en situaciones que activan en nosotros mismos aspectos no sanados e integrados y quedarnos solo en trabajarlas interiormente?. Si, no obstante, tenemos que actuar ¿tendremos que hacerlo sin esperar un resultado diferente, sabiendo que nos engancharemos a personas o situaciones parecidas con resultados similares?

Estas preguntas me han recordado algo que solía decir Genpo Roshi y es que la distancia entre darse cuenta de algo e integrarlo y encarnarlo sólo se recorre con la práctica. Eso de lo que nos damos cuenta podría ser algo del pasado, alguna herida sufrida en el curso de nuestro desarrollo psicológico y que dejó su correspondiente huella en nuestra psique, en forma de creencias profundas limitantes sobre nosotros mismos, por ejemplo. O podría ser nuestra naturaleza real, la Gran Mente, esa Conciencia Testigo ante la que aparece toda nuestra experiencia ahora mismo.

En el primero de los casos, el de las heridas psicológicas y sus creencias limitantes asociadas,  se requiere regresar emocionalmente a los niveles en los que se produjo esa herida, para poder experimentar esa parte nuestra que se quedó estancada ahí. Hay que tener en cuenta que en nuestra infancia todo lo interpretamos egocéntricamente, todo tiene que ver con nosotros y, por tanto, podemos llegar a creer que somos causantes de sucesos que realmente no tienen que ver. Imaginemos que un niño pierde a sus padres en un accidente. Desde la psique de un niño eso podría interpretarse como que le abandonaron, y dejar un sentimiento de culpa, ya que podría llegar a sentir que le abandonaron por no ser digno de recibir amor. Y esa creencia podría manifestarse ya en la persona adulta en el enganche a personas y relaciones que le van a a abandonar, confirmando así su creencia y convirtiéndose en una especie de profecía autocumplidora.

En estos casos lo mejor que podríamos hacer es regresar al momento en que se produjo esa herida, ser capaces de sentir las emociones asociadas a ella para poder metabolizarlas y liberar la energía psicológica que se quedó estancada ahí, para así ser capaces de exponer a la luz de la razón las creencias limitantes asociadas y deshacerlas. Si intentamos racionalmente contradecir nuestras creencias profundas puede que no tengamos mucho éxito, porque por más que nos digamos algo con la mente, lo que sentiremos interiormente será muy distinto. Todo este proceso puede ser facilitado por alguien externo que aporte un poco de claridad desde fuera, un buen psicoterapeuta sería el mejor ejemplo. No siempre se trata de sanar la herida, o al menos no del todo. Hay heridas muy básicas que siempre van a estar ahí de alguna manera, se trataría de hacer las paces con ellas para que no nos dominen y de ese modo podamos convivir con ellas.

Otra cosa distinta es si hemos atisbado nuestra naturaleza real (Gran Mente, Testigo Puro), pero estamos muy lejos de haber despertado, es decir, de identificarnos con ella y vivir desde ella permanentemente. Generalmente hay todo un arduo camino entre ambas cosas. Una de las prácticas que más nos ayudaría a recorrer ese camino sería la meditación. Con esta práctica invitamos a que se den estados que trascienden al pequeño yo y nos permiten reconocer nuestra naturaleza más profunda, la que está más allá del ego y de la mente. Al ir profundizando en la meditación ese reconocimiento puede ir estabilizándose e incluso podría llegar a ser no un reconocimiento de la Gran Mente si no un reconocimiento de nosotros mismos como Ella, y empezar a ser capaces de vivir desde ahí. Por supuesto, en este camino puede ser de mucha ayuda la guía y la trasmisión de un Maestro que esté más avanzado que nosotros en el camino.

Ambos dominios, el de la integración psicológica y el de la realización de nuestra naturaleza real, tienen mucha relación. Si tenemos mucha energía psíquica disociada en nuestras heridas personales, nos va a ser muy difícil trascenderlas en la meditación, pues estaremos muy atrapados en nuestra lucha psicológica. Es por ello que un ego más sano, menos neurótico, es más fácil de trascender. A la vez, desde ese espacio más allá del miedo que es la Gran Mente será mucho más fácil relajar las defensas y trabajar con nuestro material psicológico.

Y mientras tanto, sin importar hasta donde hayamos llegado en nuestra integración psicológica y en nuestro desarrollo meditativo tendremos que seguir con nuestras vidas. Mientras lo hacemos podríamos caer una y otra vez en situaciones desagradables similares, que nos señalarán que es lo que tenemos que sanar, para que ya no nos afecten en el futuro. Y así, con nuestra vida y nuestras relaciones con los demás señalándonoslo, iremos viendo que es lo que nos toca sanar, integrar o trascender en cada momento.


miércoles, 21 de diciembre de 2016

¿Podemos vivir sin juzgar?






Muchas personas en círculos espirituales piensan que juzgar es una actividad negativa de la mente que habría que evitar. Se suele argumentar que juzgar es un acto de prepotencia, porque en realidad, ¿quién es nadie para juzgar algo o a alguien?. Ahora bien, lo que yo me planteo es, ¿es posible no juzgar?.

La misma postura de defender que no hay que juzgar lleva implícita un juicio. Desde esta postura se emite el juicio de que es mejor no juzgar que hacerlo. Y es que no podemos evitarlo, en nuestra vida nos enfrentamos continuamente a elecciones. Y la forma en que elegimos es juzgando, sean estos juicios conscientes o más viscerales e inconscientes.

Puesto que no podemos evitar juzgar, ¿que podríamos hacer al respecto?. No me parece una opción adecuada negar que lo hacemos, con eso lo único que conseguimos es que nuestros juicios pasen a ser encubiertos. Y entonces enjuiciaremos severamente mientras nuestro discurso es el de que no hay que juzgar. No he visto personas que juzgaran más severamente a los demás que algunas que he conocido cuyo discurso era que ellas jamás juzgaban. Lo hacían severamente, pero no podían reconocerlo, porque se hubieran contradicho.

En mi opinión juzgar es una actividad natural y deseable de la mente. Así que no se trataría de jugar a que no lo hacemos, sino de reconocerlo y hacerlo abiertamente y con sabiduría. Por ejemplo, una cosa es juzgar las acciones de una persona y otra juzgar a esa persona por sus acciones. Las acciones podemos juzgarlas, pero 
siempre carecemos del suficiente conocimiento, sobre todo desde dentro, para juzgar a esa persona. Y así podemos aplicar el discernimiento a todos nuestros juicios revisándolos, pero para ello tenemos que reconocer en primer lugar que los estamos haciendo.

Podemos reconocer esa parte de nosotros que no hace elecciones, que está más allá de los juicios, ese Testigo que lo contempla todo por igual, sin perseguir o huir de nada. Pero luego, en la vida cotidiana, tendremos que abrazar e integrar esa otra parte que juzga y elige. Morando en la Conciencia sin elección, reconoceremos, honraremos y realizaremos nuestros juicios con mayor sabiduría, desde una perspectiva que sea siempre lo más amplia posible.

sábado, 10 de diciembre de 2016

¿Amor incondicional o narcisismo despiadado?



Pienso que el amor incondicional existe. Y que puede ser experimentado en ciertos estados de conciencia como una aceptación plena y radical de lo que es, de nosotros mismos, o de lo que sea que esté presente. Supongo que con la práctica esa experiencia puede convertirse en algo permanente en el trasfondo de nuestras vivencias, como un océano de conciencia y amor incondicional del cual surgen las olas de nuestros afectos y relaciones personales.

La relación que creo que hay entre ese amor incondicional y el amor personal ya la expliqué en esta otra entrada de blog. Ambos coexistirían y serían distintos, como una ola es distinta del océano en el cual se origina.

El problema surge cuando tenemos dificultades con los afectos y amores más personales y usamos el concepto del amor incondicional para tapar esos problemas que tenemos al comprometernos en relaciones más personales. Nos podemos convertir entonces en personas frías y robóticas, y justificar nuestra incapacidad de involucrarnos en relaciones normales con la idea de que los amamos incondicionalmente. De este modo podremos disculpar todas nuestras torpezas con los demás, porque desde nuestro pedestal incondicional comprenderemos que como les tratemos no influye realmente en como se sienten, ya que lo que uno siente no es más que una elección que realiza. De esta manera nos libraremos de toda responsabilidad sobre lo que hagamos en nuestras relaciones, pues no tendremos la culpa de lo que los otros elijan sentir. Quizás los demás se conviertan en meros instrumentos para nuestro aprendizaje, personas que llegan a nuestra vida, nos enseñan algo y podemos soltar sin remordimientos, porque desde nuestro impersonal punto de vista ya no les necesitamos. Lo único que importará será lo que nosotros queremos y nos hace sentir bien, y los demás serán vistos como meros instrumentos para ello.

Y así, el concepto de amor incondicional puede acabar produciendo algo totalmente opuesto, el narcisismo despiadado, que ejerceremos desde nuestra atalaya impersonal, disociando toda empatía o todo afecto personal, ocultando con nuestro discurso espiritual nuestras dificultades personales. 

Las cosas no necesariamente tendrían que ser así, uno podría ir accediendo realmente a ese amor incondicional a través de la práctica espiritual meditativa, y a la vez dejar de usar el concepto sobre ese tipo de amor para evitar trabajarse las dificultades en las relaciones personales. Y entonces, al ir mejorando ese aspecto también, quizás nuestros amores y afectos personales lleguen  ser olas dignas de ese oceano ilimitado e incondidionado.